El antifonario gregoriano
EL ANTIFONARIO GREGORIANO
El libro
Lo que llega de Roma, designado con el término general de antifonario, es ante todo un libro. Es preciso conceder a este hecho toda su importancia, tanto cultural como institucionalmente. El instrumento de saber y autoridad que representa el libro se fue convirtiendo en el transcurso de los siglos en el medio imprescindible de la liturgia, y en él se consignan la organización del calendario, los textos variables y las oraciones esenciales, las lecturas y los cantos.
Los libros romanos que no formaban parte del antifonario (de cuya relativa mutabilidad ya hemos hablado) fueron copiados una y otra vez, y circulaban desde hacía un centenar de años por los países del oeste europeo, no sin introducir confusión y desfases.
La estabilización que tanto deseaban las autoridades político-religiosas acabaría por «canonizar» el estado en el que esos países recibían el antifonario de Roma, convirtiéndolo prácticamente en un texto ne varietur.
La canonicidad del antifonario —que en gran parte es un hábito adquirido en Roma antes incluso de la salida de los libros romanos hacia los centros religiosos de Galia y Germania, explica sin duda la gran reticencia de los nuevos responsables del canto (compilatores, compo-sitores, ordinatores...) a introducir textos nuevos en las formas musicales canónicas del antifonario.
Los libros romanos que no formaban parte del antifonario (de cuya relativa mutabilidad ya hemos hablado) fueron copiados una y otra vez, y circulaban desde hacía un centenar de años por los países del oeste europeo, no sin introducir confusión y desfases.
La estabilización que tanto deseaban las autoridades político-religiosas acabaría por «canonizar» el estado en el que esos países recibían el antifonario de Roma, convirtiéndolo prácticamente en un texto ne varietur.
La canonicidad del antifonario —que en gran parte es un hábito adquirido en Roma antes incluso de la salida de los libros romanos hacia los centros religiosos de Galia y Germania, explica sin duda la gran reticencia de los nuevos responsables del canto (compilatores, compo-sitores, ordinatores...) a introducir textos nuevos en las formas musicales canónicas del antifonario.
En el reino de los adaptadores
Con frecuencia se ha intentado justificar esta reticencia —muy turbadora a decir verdad— recurriendo a razones musicales: incapaces de componer en el verdadero estilo «gregoriano», los recopiladores del antifonario, tras pasar una problemática «edad de oro», habrían preferido emplear cantos ya existentes o adaptar melodías más antiguas a textos nuevos.
Este argumento, en realidad nada desdeñable, ve disminuido su alcance ante el hecho masivo de que los cantores carolingios —absolutamente capaces, al parecer, de tratar las antífonas evangélicas y festivas del oficio, y muy competentes en el gran estilo responsorial y la composición de las melodías del ordinario hasta un período muy avanzado de la Edad Media— se comportan siempre ante el antifonario de la misa como adaptadores. Parece cada vez más probable que los cantores retocaron éste pieza a pieza para someterlo a los cánones del nuevo gusto, pero no hay indicios de que tuvieran conciencia en ningún momento de estar produciendo otro antifonario.
Un canto para la liturgia
El antifonario es un repertorio que forma parte integrante de un dispositivo litúrgico. Como fue el caso, sin duda, de las partes cantadas de la tragedia antigua, como será el caso, más tarde, de la ópera y la cantata, las acciones cantadas están sometidas a un cierto número de convenciones formales, funcionales y semánticas. Éstas imponen un momento, un estilo, una estructura general, un ritmo de desarrollo, cierto grado de ornamentación, una extensión determinada, el número y la dignidad de los que intervienen, y, por último, su contenido doctrinal o afectivo.
More romano
Es sorprendente advertir que los importadores de libros romanos estaban tan ávidos de hacer suyo el espíritu de la liturgia romana como su letra, su manifestación material. Entre todos los autores de la época
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